23 enero 2008

Viaje

Me invitaron a un viaje.
Un viaje incongruente, visceral, inconsistente y laborioso.
Indudablemente un viaje puede ser muchas cosas.
Tomémoslo aquí como una inmersión a una pileta de oxígeno puro. Olvidemos dónde vamos a estar después.
Les cuento cómo fue.
El viaje era intrépido pero no del todo alocado. Perseguía una excursión a un valle montañoso y encantado, que pretendía sacarme de la rutina y mostrarme que algunas cuestiones irremediablemente pueden ser más diferentes si las vemos de más cerca.
No quise ir. No sé si quiero. Es decir, quiero, pero quizás solo por una única vez. Después puede que tenga miedo.
Disfruto los viajes cuando nada se interpone, y cuando comienza y finaliza sin interrupciones.
Viajar, soñar, entablarle un duelo a los dragones más malignos y resucitar los peces que han escapado de sus peceras.
Y luego esfumarme en un sueño.
Ese sería mi ideal.
Me invitaron a un viaje por tu cuerpo...
pero mi pasaporte está vencido

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